martes, 19 de agosto de 2014

martes, 5 de agosto de 2014

Del color del pasto...

Recorría yo con el coche, por una de esas carreteras algo solitarias que atraviesan la conocida ruta del toro aquí en el sur. Recorría lentamente con mis prismáticos cerca, por si en alguna ocasión divisase desde la cristalera del coche, algún ave rapaz cerniendo sobre ese paisaje de mosaico, de monte bajo mediterráneo y pastizal. Y observando conejos y perdices, que corrían para camuflarse entre la siega al escuchar el ruido del ser metálico que se les acercaba.

Pude ver en mi correría un águila culebrera impresionante, volaba bajo y mostraba un plumaje perfecto, un impecable plumaje blanco y contrastado con el marrón chocolate de su cabeza precioso. Veía yo a la rapaz con esa luz de agosto del atardecer, y con sus grandes alas desplegadas mostrándome toda su belleza. Pero fue algo lo que me detuvo en el camino. En un abrevadero en medio de uno de los pastizales, permanecían apaciblemente dos considerables toros sementales. Me llamó tremendamente la atención uno de ellos, y fue el color de su capa. El portentoso semental tenía su pelo exactamente del mismo color del pasto que le rodeaba. El sol del atardecer de agosto lo iluminaba a igual que la hierba, ya seca y amarillenta, reflejando una tonalidad cálida, suave. Una tonalidad cálida y aterciopelada que se reflejaba en su lomo, en su portentoso cuello y su desmesurada cabeza que me miraba fijamente, como diciendo quién eres tú que me miras..., qué me estás observando tan descaradamente... Sin duda, fue una estampa que me dejó pasmada, en esa tarde de agosto, de sosiego y de serenidad.