miércoles, 19 de marzo de 2014

La liebre


Corretean las liebres en celo. Corretean extensos campos, corretean las tablas de arroz, corretean los olivares y naranjales, corretean los campos de cereales. Es en estos últimos, los campos de cereales, donde las liebres se esconden encamadas y donde dejan a sus lebratos ocultos durante el día mientras sus madres reponen fuerzas y energía, esa energía que necesita una madre liebre para correr y darse a la fuga y para sacar adelante a su prole. Se esconden las liebres y sus lebratos en el campo sembrado, hasta que un día viene la segadora, y siega y siega el ya desarrollado cereal. Siega el cereal, pero también levanta a las liebres escondidas bajo sus espigas, levanta solo a aquellas liebres que se han percatado de que las máquinas acechan y se están acercando. Pero aquella liebre a la que aún no le han llegado los rumores de las cosechadoras, aquella que confiada yace en el campo escondida esperando a que el peligro se vaya, y aquellos lebratos que esa mañana la madre liebre dejó escondidos, son aplastados, y llevados a la muerte por las palas de la gran máquina segadora. 

Pero son también las liebres desdichadas no solo cuando pasa la segadora. También llega su desaventura cuando los galgos corren tras ellas, galgos perfectamente cualificados y seleccionados por el hombre para su captura, que luego el mismo hombre cobrará. Pero, ¡ay! también del galgo que no corra y que haya caído en manos de un galguero sin escrúpulos y sin conciencia, también la desdicha llegará a el si no alcanza a la liebre. El ingenuo galgo que corre tras la liebre por su más y puro instinto, si no corre lo suficiente para darle caza sufrirá las más terribles consecuencias y sin saber por qué. El galgo confiado y fiel a su dueño, ajeno a lo que le viene encima será abandonado, y en el peor y muchos de los casos maltratado, quemado o ahorcado.

Como siempre, gracias por vuestra visita.


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