Cuando damos un paseo por el monte o nos encontramos inmersos en la naturaleza, normalmente percibimos detalles de este que lo caracterizan, olores, sonidos, luces..., incluso sin ser consciente de ello, y que cuando los ves o te topas con estos fuera de allí te traen inmediatamente a la cabeza ese lugar... Algunas de estas percepciones que nos impregnan visualmente cuando nos encontramos sumidos en ese espacio son los colores. Si visitamos por ejemplo un bosque del norte peninsular, en otoño, sin lugar a dudas será la amplia gama de rojos, amarillos y ocres que impera en estos bosques mixtos de hayas, robles o abedules..., la que percibimos y retendremos. Aquí en el sur, en concreto en los Alcornocales, no existe una gama tan amplia ni tan marcada, pero si que destacan y se perciben dos colores principales durante todo el año, o al menos así lo percibo yo. Uno, es el verde cenizo del monte mediterráneo de quejigos, acebuches, brezos y retamas... Y el segundo el rojo, el rojo que lucen los alcornoques tras ser desprendidos de su piel de corcho. Y el rojo característico de las retintas, ganado vacuno emblemático de estos parajes, bastante resistentes y que se crían montunas campeando por sus intrincadas sierras.
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